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CARMEN PINÓS

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Tras licenciarse en arquitectura y urbanismo en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, Carme Pinós inició su trayectoria profesional junto a Enric Miralles, alcanzando reconocimiento internacional con proyectos como el Cementerio de Igualada. En 1991 estableció su propio estudio de arquitectura, abordando un vasto rango de proyectos que abarcan desde reformas urbanas y obra pública hasta el diseño de mobiliario. Entre sus proyectos recientes destacan el conjunto en el centro histórico de Barcelona que comprende la Plaza de la Gardunya, la Escuela de Arte Massana y la fachada posterior del Mercado de la Boquería, el Edificio de Departamentos en el Campus WU de Viena, la Delegación de la Generalitat de Cataluña en Tortosa y las Torres de Oficinas Cube I y Cube II en Guadalajara. A lo largo de estos años ha recibido numerosos premios y distinciones como la Neutra Medal for Professional Excellence otorgada por la Universidad Politécnica de California en Pomona en reconocimiento a su carrera profesional (2016), el Berkeley-Rupp Prize por su contribución a la promoción de la mujer en la arquitectura y su compromiso social (2016), la Creu de Sant Jordi por su aportación a la cultura y defensa de los valores cívicos de Cataluña (2015), el Premio

Nacional de Arquitectura y Espacio Público de la Generalitat de Catalunya (2008), el Primer Premio de la IX Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo (2008), el Premio ArqCatMón del COAC (2008), el Premio Nacional de Arquitectura del CSCAE (1995), el Premio Ciutat de Barcelona (1992), y el premio FAD de Arquitectura – Edificios de nueva planta de uso público (1991). También fue nombrada International Fellow del Royal Institute of British Architectsy (2012) y Honorary Member del American Institute of Architects (2011).

Carme Pinós ha compaginado su actividad como arquitecta con la docencia, siendo profesora invitada, entre otros lugares, en l’École Nationale Supérieure d’Architecture Paris-Malaquais, Harvard University Graduate School of Design, Columbia University en Nueva York, l’École Polytechnique Fédérale de Lausanne, l’École Nationale Supérieure d’Architecture Paris-Val de Seine y la Università de Venezia. Al mismo tiempo ha participado en numerosos seminarios, cursos, talleres y exposiciones nacionales e internacionales. Cabe asimismo destacar la presencia de su obra en destacadas colecciones museísticas; en el año 2010 el Centre Pompidou de París adquirió una selección de maquetas suyas correspondientes a los proyectos de Caixaforum Zaragoza, Hotel Pizota (México) y Maison de l’Algerie, mientras que en el 2006 el MOMA neoyorquino compró para su colección

"La arquitectura nace de una demanda social

a la que tenemos que responder"

Acaba de inaugurarse uno de sus úl­timos proyectos, el MPavilion 2018, una obra que cada año se encarga a una figura internacional de la arqui­tectura que da su visión sobre arte, diseño y debate ¿Cómo surgió?  

La verdad es que me cogió totalmente por sorpresa. Recibí una llamada de Naomi Milgrom preguntándome si es­taba interesada en hacer un pabellón y, sin dudarlo, respondí que sí. A veces a los arquitectos nos pasan estas co­sas, recibimos llamadas que te dejan sorprendidos. Alguien ha visto tu web y le gusta tu trabajo, o saben de ti por otros medios, y acaban contactándote para que le hagas su proyecto. En este caso, Naomi me dio a entender poste­riormente que Murcutt le había habla­do muy bien de mí y le había sugerido mi nombre.

Tras asumir el encargo, viajé a Mel­bourne a ver el lugar donde se instala­ría el proyecto, conocer sus necesida­des y también el pabellón que se había construido el año anterior en ese espa­cio, información con la que me puse a redactar el proyecto.

¿Cuáles son las claves de la propues­ta planteada?  

He intentado ser sencilla y rica en efec­tos al mismo tiempo. Me impresionó mucho el lugar cuando lo vi, un parque con todo el skyline de Melbourne al fondo, con césped continuo, pero con pequeños montículos donde la gente se sienta a menudo y se reúne. A partir de eso planteé un pabellón abierto, no quería un espacio cerrado, pero sí de­bía tener un techo para que la gente no se mojara, ya que en Melbourne llue­ve bastante. Entonces empecé a jugar con la idea del agua, con la idea de un techo transparente que permitiese ver la lluvia y al mismo tiempo hiciese un juego de sombras. Es una propuesta muy sencilla con dos planos que se cru­zan entre ellos, apoyándose cada uno en la pata que se forma al doblarse y en un montículo. Como resultado se ha logrado un juego de luces y sombras, de ver el agua caer… es un diálogo con la naturaleza. Con independencia de si llueve, hace sol o está nublado, bajo el pabellón te sientes cobijado e inmerso en la naturaleza al mismo tiempo. Es además un espacio de acontecimien­tos, ya que se puede realizar en el mul­titud de actividades; estoy muy conten­ta con la acogida.

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En la actualidad, las estadísticas in­dican que ya hay más mujeres que hombres estudiando arquitectura en España. Sin embargo, usted fue de las pioneras en su época…  

Cuando yo estudiaba éramos cuatro mujeres entre más de doscientos es­tudiantes, pero las cosas han cambia­do muy velozmente. Recientemente, en Barcelona, formé parte del jurado de unos premios organizados por una revista iraní en los que se reconocían propuestas desarrolladas en Europa y Asia. Eran proyectos que premiábamos a ciegas, sin saber quiénes estaban detrás. Cuando se desvelaron sus au­tores, me llevé una gran alegría, pues la mayoría eran jóvenes y mujeres. Las cosas han cambiado mucho en la actualidad, no solo en la arquitectura, sino también en la construcción. En mi época era prácticamente imposible ver a una mujer como jefa de obra y hoy es algo totalmente normalizado.

Hablemos de sus primeros pasos. Usted procede de una familia que adoraba el arte, pero vinculada a la medicina. ¿Por qué arquitecta y no médico, por ejemplo?  

En mi familia no había precedentes de arquitectos. Mi padre, que había na­cido en 1891, quería ser ingeniero de puentes y caminos, pero para realizar esos estudios en aquella época tenía que irse fuera de Barcelona. La fami­lia no se lo permitió y acabó estudian­do medicina. No sé si fue esto lo que le hizo desear que un hijo suyo fuese arquitecto, supongo que sí. Somos tres hermanos, parecía que el mayor sería al que le tocaría cumplir el deseo de mi padre, pero este optó por seguir sus pasos y ser médico. Cuando mi herma­no tomó esa decisión, ya asumí que me tocaría ser arquitecta.

¿Con vocación?  

Yo tenía una vocación inmensa hacia el arte. Desde muy pequeña me encanta­ba ir con mi padre a visitar pueblos y ver sus monumentos. Tomé la decisión de ser arquitecta con 14 años y nunca me la volví a replantear, estaba en mi ADN.

¿Y soñaba por aquel entonces con que se acabaría convirtiendo en una de las arquitectas de referencia del país?  

Yo nunca sueño nada (risas). Solo me preocupo por lo que estoy haciendo en el momento y hacerlo lo mejor po­sible. Todo cuesta mucho esfuerzo, por lo que es mejor concentrarse en lo que uno está haciendo que imaginar lo que pueda suceder en un futuro.

¿Quiénes han sido sus referentes ar­quitectónicos?

En la etapa de formación, cuando aún no tenía muy claro lo que quería, iba buscando continuamente referencias y estudiaba la arquitectura de los demás. Miraba mucho la obra de los autores de los años 50 y 60, Le Corbusier, Ri­chard Neutra… Me formé con ellos y están en mi ADN.

Sin embargo, desde el momento en el que tuve claro lo que esperaba de mí misma, ya no me fijé más en la arqui­tectura de otros. Sí que leo mucho so­bre ello, también observo, pero lo que está en las revistas no es lo que más me llama la atención hoy en día. Qui­zás mis influencias actuales vienen de cosas más tangentes que de la arqui­tectura de los demás.

¿Cómo definiría su arquitectura?

Mi arquitectura, más que un lenguaje o un estilo, es una filosofía; la de tener mucho respeto al entorno, ser muy consciente de la responsabilidad que implica ser arquitecto y tener en cuenta que esta siempre nace de una deman­da social a la que tenemos que res­ponder. Me gusta ser fuerte, pero no impositiva, intentando que la arquitec­tura que hacemos en mi estudio sea un diálogo de dos o tres elementos, como en el MPavilion, por  ejemplo. Los pro­yectos que realizamos buscan la sim­plicidad, que no la elementalidad; son simples, pero con riqueza de efectos; jugamos con la luz natural y creamos dinamismos, huimos de las simetrías.

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Esa filosofía de arquitectura se plas­ma en una de sus obras más recien­tes: la intervención en la Plaza de la Gardunya de Barcelona, un proyec­to integral del que forma parte un edificio de viviendas, que por cierto cuenta con carpinterías de nuestra marca. ¿Qué destacaría de él?

Estoy muy contenta con el resultado porque hemos conseguido plasmar exactamente lo que habíamos imagi­ nado. El comportamiento de la gente utilizándolo me hace mucha ilusión. Cuando voy por la plaza, hay una zona alrededor de la entrada de La Massana que es donde se reúnen todos los estu­diantes, y es justamente lo que había­mos pensado para ella. La plaza está “dividida” por una diagonal, hacia un lado están los árboles y se correspon­de con la zona de encuentro de turis­tas; hacia el otro, en la zona del Hospi­tal de Santa Cruz, donde se encuentran los estudiantes, no quisimos plantar árboles para que fuese una plaza don­de pudiesen pasar muchas cosas, pero también para darle protagonismo a la fachada de principal de La Massana. Por otro lado, es muy lindo también ver esas viviendas sociales ya habitadas, llenas de vida, con unas ventanas insta­ladas sobre unos huecos que sobresa­len como una especie de cajas y que le dan un aire singular a la fachada.

¿Hacer viviendas confortables es el gran reto de la arquitectura actual?

La verdad es que a los arquitectos nos queda poco margen para la creatividad en este ámbito. Tanto al urbanismo como a las ordenanzas municipales nos marcan prácticamente todo, desde la volumetría o la altura hasta el ancho de un pasillo. Por eso, es muy difícil in­vestigar con proyectos de vivienda, casi no queda margen para la creación. En­tre la presión de la inmobiliaria y la can­tidad de condicionantes urbanísticos y municipales, hacer vivienda se convier­te en un pequeño drama.


¿Cómo ve a la Barcelona de hoy en día en términos urbanísticos y arqui­tectónicos?

La verdad es que nos hemos quedado un poco estancados. Hubo una época en la que uno podía dar la vuelta al mundo y, en cualquier ciudad o país, Barcelona era una referencia en cuan­to a urbanismo; eso es historia. Aquella Barcelona del 92 que se pensó para los JJOO no es la de hoy en día, quizás la hemos matado de éxito. No estoy en contra del turismo, pero sí de la masi­ficación, uno de los motivos que, bajo mi punto de vista, subyacen en este cambio de imagen. Vivimos un mundo en el que estamos viajando permanen­temente, yo también me incluyo, un mundo en el que estamos más pen­dientes de dónde ir que dónde perma­necer, no se crea identidad.

¿Por qué lanzó Objects?

Era un momento en el que la crisis ya tenía las orejas muy grandes. Teníamos capacidad económica, mucha energía, pero menos trabajo. Por eso lanzamos una colección de productos diseñados, producidos y comercializados por no­sotros. Fue una experiencia que empe­zó un poco como un juego y que acabó siendo muy útil para toda la gente del estudio. Aprendimos a cuidar los deta­lles, valorar la rentabilidad de los mate­riales, la importancia del almacenaje, la relación directa con el cliente... Objects nos ayudó a ser mejores arquitectos. A partir de ahí, ya nos atrevimos a dise­ñar más cosas que el propio edificio en muchos proyectos. En CaixaForum, por ejemplo, también nos encargamos del mobiliario.

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