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LUIS FDEZ-GALIANO

Luis-Fernandez

Luis Fernández-Galiano (Calatayud-Zaragoza, 1950) es arquitecto, catedrático de Proyectos en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid y director de las revistas AV/Arquitectura Viva desde 1985. Entre 1993 y 2006 estuvo a cargo de la página semanal de arquitectura del diario El País. Miembro de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y de la Real Academia de Doctores, es International Fellow del RIBA, ha sido Cullinan Professor en la Universidad de Rice, Franke Fellow en la Universidad de Yale, investigador visitante en el Centro Getty de Los Ángeles y crítico visitante en Harvard y Princeton, así como en el Instituto Berlage; y ha impartido ciclos monográficos de conferencias en la Universidad Menéndez Pelayo y la Fundación March. Ha dirigido también los congresos internacionales de arquitectura ‘Más por menos’ (2010), ‘Lo común’ (2012), ‘Arquitectura necesaria’ (2014), ‘Cambio de clima’ (2016) y ‘Menos arquitectura, más ciudad’ (2018). Presidente del jurado en la IX Bienal de Arquitectura de Venecia, jurado del premio Mies van der Rohe y del premio Aga Khan, ha sido comisario de las exposiciones El espacio privado, Eurasia Extrema (en Tokio y Madrid), Bucky Fuller & Spaceship Earth y Jean Prouvé: 

belleza fabricada (estas dos últimas con Norman Foster), así como de Spain mon amour (en la XIII Bienal de Arquitectura de Venecia y en Madrid) y The Architect is Present. Asimismo, ha formado parte del jurado de numerosos concursos internacionales en Europa, América y Asia, incluyendo los de la Biblioteca Nacional de México, el Museo Nacional de Arte de China, la Biblioteca Nacional de Israel y el Oasis del Santo Corán en Medina. Entre sus libros se cuentan La quimera moderna, El fuego y la memoria (publicado en inglés con el título Fire and Memory), Spain Builds (con el MoMA en la versión inglesa, y presentado en su versión china con simposios en Shanghái y Pekín) y Atlas, arquitecturas del siglo XXI, una serie de cuatro volúmenes.

"El contextualismo y respeto por el entorno
han marcado mucho la arquitectura reciente" 

Luis Fernández-Galiano fue definido por Rafael Moneo como el “Arquitecto sin obra”. No porque no le rodee una prolífica carrera en torno a la arquitectura, sino porque esa obra no está integrada por edificios. La compone una extensa colección de artículos, críticas, libros y conferencias que le han convertido en una de las firmas más reconocidas de la arquitectura española contemporánea. ¿Por qué decidió enfocar su carrera hacia la vertiente más teórica?

Realmente fue por una serie de azares biográficos. Yo acabé la carrera en el año 73, un poco antes de la primera crisis del petróleo, luego vino la del 79, eran años muy difíciles para los arquitectos. En mi caso compatibilizaba el trabajo en un estudio que tenía con unos amigos, con las clases en la Escuela y una colaboración con la editorial Blume. En el año 80 nació mi primer hijo y tuve que elegir, ya que meresultaba imposible abarcar todas esas facetas. El estudio era lo que me exigía más tiempo, y por eso me decanté por la docencia y la edición, para poder conciliar mejor la vida familiar con la arquitectura.

Entre sus múltiples facetas, se encuentra la de editor de la revista Arquitectura Viva, una publicación que este año cumple tres décadas y que se ha convertido en un referente, al igual que AV Monografías. ¿Qué le llevó a impulsar una revista de arquitectura en plena transición? 

Cuando lanzamos AV Monografías en 1985, ya había sido director de Colecciones de Arquitectura en la editorial Hermann Blume y había puesto en marcha en Barcelona la revista CAU. Construcción, Arquitectura y Urbanismo, que duró 6 años. Esa experiencia editorial previa fue la que me empujó a apostar por un proyecto que ya tiene 33 años y que tiene vocación internacional. Las tres revistas que hacemos, también está AV Proyectos, son bilingües. De este modo, cuando llegó la crisis, pudimos enfocarlas también a los países que tenían el inglés como lengua franca.

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Arquitectura Viva y AV Monografías suman más de 400 números en los que han mostrado los diversos movimientos arquitectónicos protagonistas durante este tiempo. Posmodernismo, deconstrucción, minimalismo… ¿Qué movimiento considera que ha sido más determinante en los últimos 30 años?

Yo diría que lo más importante en estas últimas tres décadas ha sido la importancia del contexto. No sé si llamarlo contextualismo, pero el respecto por el entorno en el que se trabaja, ya sea entorno urbano o entorno paisajístico, es lo que más ha marcado la arquitectura reciente. Antes era muy frecuente que la arquitectura aspirara a señalar su condición de una forma un tanto autónoma; hoy los arquitectos, por presión lógica de la sociedad, desean integrarse en los entornos en los que trabajan y eso hace que la posición de la arquitectura sea más respetuosa, más humilde, más integrada.

Todos los movimientos surgidos en este tiempo al final han sido muy breves. La posmodernidad surgió y se agotó en sí misma, la deconstrucción también, todos fueron dejando obras importantes que cambiaron seguramente la percepción estética, pero no llegaron a convertirse en parte de nuestra vida cotidiana. Sin embargo, sí que lo ha conseguido el respeto al entorno y el deseo del arquitecto de integrarse en el contexto.

¿En qué punto nos encontramos en la actualidad? ¿Qué corriente es hoy la protagonista?

Para mí lo más significativo es que se ha vuelto a priorizar lo social. Tanto los arquitectos que se están formando en las nuevas escuelas como los más veteranos tienen una conciencia del papel social de la arquitectura que, a causa de la exacerbación formal de las últimas décadas, había quedado en segundo plano. Después de vivir esa algarabía de los estilos, hemos retornado a las viejas convicciones donde la arquitectura es una profesión de servicio y el arquitecto trabaja pensando en los destinatarios de su obra, es decir, en las personas, las instituciones o los clientes que les contratan. El Pritzker a Alejandro Aravena fue una señal en esa dirección, pero hay otras muchas. Lo percibimos en la actitud de los más jóvenes o también en lo que publica la prensa sobre arquitectura y en la visión que se tiene sobre el trabajo de los arquitectos. Ya no se les ve como árbitros del estilo o de la estética, sino como personas con una formación muy ecléctica que agrupan los saberes de sociólogos, ingenieros, urbanistas y muchos otros para hacer mejor la vida de la gente.

En su momento, Arquitectura Viva dedicó un doble número al 11-S al considerar que lo ocurrido traspasaba el ámbito político. Ustedes vieron en ello un fenómeno arquitectónico, ¿por qué? 

Pensábamos que aquello, además de ser un suceso de relevancia histórica y política extraordinaria, era también algo de gran importancia arquitectónica. A fin de cuentas, ese grupo de jóvenes que secuestraron el avión y lo estrellaron contra las Torres Gemelas estaba dirigido por Mohamed Atta, un arquitecto saudí que se había formado en El Cairo y que estaba haciendo su doctorado en Hamburgo sobre arquitectura tradicional islámica, en contraste con esa arquitectura moderna que derribaron los aviones secuestrados. Además de existir un deseo de acabar con un icono del poder financiero americano, hubo una voluntad de manifestarlo a través del derrumbe de esas dos torres que para muchos eran el símbolo del triunfo de la modernidad asociado al capitalismo, entendida también como modernidad arquitectónica.

Arquitectura Viva y AV Monografías han recogido en sus páginas la obra y la firma de los arquitectos más importantes del mundo. ¿Quiénes son los que más le han marcado?

La verdad es que durante tantos años dedicado a la crítica, he tenido el privilegio de conocer y tratar a prácticamente todos los grandes arquitectos del mundo. Los que más me han marcado, son los que me influyeron durante mi etapa de formación: Alejandro de la Sota, Miguel Fisac, Antonio Fernández Alba o Rafael Moneo son solo algunos ejemplos. Fuera de España, es difícil seleccionar, pero me quedaría con los cuatro arquitectos que he invitado este año a la Escuela a dar una conferencia y corregir los trabajos de mis alumnos: Norman Foster, Renzo Piano, Jacques Herzog y Peter Eisenman. Son solo cuatro entre los muchos amigos que he podido hacer en el mundo de la arquitectura a lo largo de todos estos años.

Entre sus facetas también destaca la de crítico arquitectónico. ¿Qué aspectos valora principalmente a la hora de analizar un proyecto? ¿Qué requisitos debe reunir la buena arquitectura bajo su punto de vista?

Aunque ya han pasado miles de años, Vitruvio definió mejor que nadie los requisitos que debía reunir la buena arquitectura, reuniendo la firmitas con la utilitas y la venustas, es decir, la solidez estructural, la utilidad o funcionalidad y la belleza. Veinte siglos después siguen siendo las características que mejor definen la arquitectura.

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Cuando uno analiza la obra de otros, por mucho que se haga desde un punto de vista constructivo, se expone a que ese análisis no sea bien encajado. ¿Le han recriminado alguna crítica?

La verdad es que sí, aunque también hay que tener en cuenta que en más de 2000 artículos escritos sería muy difícil agradar a todos. Algún arquitecto se molestó por lo publicado, pero entiendo que también es algo consustancial a mi labor de crítico. Durante 14 años hice una página de arquitectura en el diario El País y, por lo tanto, sería casi inevitable que en todo este tiempo algún autor no se sintiese injustamente tratado. También reconozco que a veces uno se confunde o censura con demasiada acritud, pero no tengo más remedio que expresar mi opinión con franqueza.

En su ponencia 1996-2004. La edad del espectáculo analizó un tipo de arquitectura, para muchos de despilfarro, en la que primaron los proyectos icónicos por encima de las necesidades de la sociedad. ¿Quién impulsó ese movimiento en su época? 

El elemento esencial detrás de todo eso fue la prosperidad económica, la disponibilidad de dinero que posibilitaba la construcción de esos edificios innecesarios. A esto habría que sumarle la vanidad de los clientes, ya fuesen instituciones o grandes empresas, que deseaban afirmar su presencia en la escena pública a través de un edificio icónico. Confluían de este modo el afán de notoriedad y la capacidad de materializarlo en una etapa de bonanza económica.

¿Está superada esa etapa?

En Europa yo diría que sí. Hoy en día somos más reacios a aplaudir este tipo de arquitectura del espectáculo más trivial. Sin embargo no está muerta; en el Golfo Pérsico o en China sigue existiendo. Ha desaparecido de nuestro ámbito cultural, pero sigue muy presente en otras zonas donde confluyen esos factores de burbuja económica y la voluntad de afirmación simbólica de sus regímenes, ciudades o empresas.

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En muchas de sus conferencias ha defendido la arquitectura en altura como una forma de crear ciudades compactas. ¿Es la solución para metrópolis cada vez más pobladas?

Yo creo que las ciudades deben crecer hacia arriba y no hacia los lados. Un fenómeno muy negativo que se experimentó en las últimas décadas fue la suburbanización, el crecimiento en forma de mancha de aceite de las ciudades, con urbanizaciones de chalés en el contorno que no forman parte de ella, por eso las denominamos áreas suburbanas. Eso no quiere decir que necesariamente tengamos que construir rascacielos. Lo que necesitamos son ciudades más densas, más compactas, más capaces de albergar la variedad de la sociedad actual. Esto ya está ocurriendo. Hubo un momento en el que se produjo un traslado de la población a las áreas colindantes de las ciudades, pero hoy están regresando a las urbes, viviendo en el centro y ocupándolas de una manera más densa y compacta. Una ciudad más densa es más favorable en términos ecológicos, energéticos y humanos.


Se habla mucho de la arquitectura de las ciudades, pero leemos y escuchamos muy pocas reflexiones sobre los pequeños pueblos y el rural. ¿Se está olvidando la arquitectura de los pequeños enclaves?

Hoy se habla mucho de la España vacía, de un país que se desertiza. Sin embargo, pienso que cada vez hay más ejemplos de arquitectura excelente en el medio rural. Los arquitectos jóvenes están muy volcados con el paisajismo, con la integración de la arquitectura en el paisaje natural y vernáculo. Por un lado hay un abandono del medio rural y una desertización progresiva, pero por otro hay un compromiso de las instituciones y de los arquitectos para regenerar y recuperar los pueblos pequeños. De hecho, en los premios de arquitectura se galardonan cantidad de intervenciones en núcleos rurales muy pequeños, si bien lo que se transmite al final a la opinión pública es que España se vacía y solo la costa y las grandes metrópolis siguen creciendo.

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En muchas ciudades hay edificios que suelen albergar la sede de grandes compañías y que se acabaron convirtiendo en iconos por la singularidad de su envolvente. Grandes fachadas acristaladas que conectan la obra con la ciudad. Como diseñadores de cerramientos nos gustaría saber su opinión sobre este tipo de soluciones constructivas para la arquitectura moderna y los avances experimentados en los últimos años…

Las envolventes son un elemento importantísimo porque son el rostro de la arquitectura, lo que perciben los ciudadanos, y resulta tan importante como el esqueleto estructural y las vísceras funcionales. Normalmente son los propios arquitectos los que los prescriben, a excepción de grandes proyectos en altura, y es esencial que lo hagan con la conciencia ecológica y de sostenibilidad que hoy todos compartimos. Hablo por ejemplo de cuestiones como la reciclabilidad ilimitada del aluminio o la inserción de rotura de puente térmico en las carpinterías para mejorar su eficiencia energética.

Desde su faceta de docente, ¿cómo ve a las nuevas generaciones? 

Al igual que mi generación en su momento, yo creo que se enfrentan al futuro con optimismo, sin arredrarnos ante las dificultades de un entorno económico poco favorable: paralización de obras, ausencia de inversiones y, por lo tanto, sin grandes posibilidades de desarrollar una carrera de arquitecto. Sin embargo, esta profesión es tan dúctil que nos permite sobrevivir haciendo otras muchas cosas, compatibilizando la construcción con actividades como el diseño industrial, la moda, la publicidad… Los arquitectos tienen una formación tan versátil que les permite adaptarse muy bien en las etapas en las que el ciclo económico conlleva una cierta sequía de proyectos y de realizaciones arquitectónicas propiamente dichas.

En mis estudiantes veo que, a pesar de todas las dificultades mencionadas, pesó más en ellos el componente vocacional a la hora de sumarse a esta carrera. Se lanzan a la vida profesional con mucho entusiasmo y grandes dotes para adaptarse a un entorno muy cambiante gracias a la capacidad de adaptación y ductilidad que les otorga su formación. Hoy en día tienen muy buen nivel de inglés, lo que también les permite buscar oportunidades en el extranjero. Ese éxodo profesional será fértil tanto para ellos como para la profesión, ya que cuando regresen podrán aportar a nuestra arquitectura muchas de las cosas aprendidas.

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