Julio Touza Rodríguez (Ribadavia-Ourense, 1951) cursó sus estudios de Arquitectura en la Escuela Superior de Madrid, obteniendo el título en 1974. Al año siguiente fundó el estudio que lleva su nombre junto al eminente arquitecto mejicano, Enrique Nafarrate Mexia. Touza Arquitectos ha desarrollado más de 2500 proyectos, contando en la actualidad con un equipo multidisciplinar de más de 50 personas. En sus inicios, Julio Touza, compaginó la actividad profesional con su labor docente en la ETSAM, hasta el año 1986, participando como ponente internacional, representando al CSCAE en los debates sobre industrialización de la construcción, modulación y prefabricación. En la misma época parte de esta labor se tradujo en la publicación de varios libros en materias de prefabricación, urbanismo y crítica de arquitectura. A mediados de los ochenta se centra plenamente en su estudio profesional, cuyas obras le han permitido convertirse en uno de los arquitectos más prolíficos del país, recibiendo en los últimos años numerosos encargos e importantes reconocimientos. Participa habitualmente en conferencias, ponencias, sobre arquitectura, urbanismo y diseño, y es requerido para formar parte como jurado en diversos concursos de arquitectura.
"La arquitectura puede ser espectacular,
pero no debe convertirse en espectáculo"
En CORTIZO ARCH nos citamos con Julio Touza en la sede del grupo CPS. Con él vamos a conversar sobre arquitectura, no solo sobre la que ha desarrollado a lo largo de su carrera, sino también sobre la que se ha hecho y se está haciendo a nuestro alrededor. Antes, le pedimos que nos describa el escenario elegido para la charla. ¿Por qué es tan especial?
Este proyecto tiene el sello de sus dueños, quienes han permitido crear con libertad un edificio tecnológico de primer nivel internacional. Nace, sobre todo, para hacer versátiles y operativos los distintos trabajos relacionados con el mundo de la telemática, la telecomunicación, la alta tecnología de apoyo a la red de AVE, así como para la investigación y el desarrollo de drones de última generación. Es un edificio industrial-tecnológico multiusos que se arropa con una arquitectura que tiene un notable sesgo de magia. En él, destacan espacios como el hall acristalado de cuatro alturas, con muro cortina de CORTIZO, una solución constructiva que también se reproduce en otras áreas, combinándose con chapas microperforadas que completan el aire más industrial del edificio.
¿Cómo fueron sus primeros pasos en la arquitectura?
Me fui a estudiar a la Escuela de Arquitectura de Madrid con mucha ilusión, pero con la duda de si estaría preparado, de si Dios me habría dado el talento suficiente para ser un arquitecto digno y de si sería capaz de demostrar con voluntad y trabajo que la arquitectura podía ser mi vida. El esfuerzo y el sacrificio dieron sus resultados; terminé la carrera muy pronto y en 1974, mientras hacía el doctorado, empecé a ejercer la docencia en la ETSAM, un sueño que no había pensado nunca. Así empezaba mi carrera profesional, y en efecto, la arquitectura ha sido y es mi vida.
Era finales de los 60, principios de los 70, una época en la que la ETSAM se estaba abriendo al mundo…
La Escuela de Arquitectura de Madrid era importantísima. Por aquel entonces, los grandes arquitectos del país estaban en Madrid y eran profesores allí. Yo tuve la enorme suerte de tener a los grandes, con los que aprendí y disfruté mucho: Sáenz de Oiza, Javier Carvajal, De la Sota, Cano Lasso, Rafael Aburto…Eran arquitectos reconocidos mundialmente, pero entonces no teníamos un país pudiente que les permitiera hacer la arquitectura que hoy en día habrían desarrollado de forma magnífica.
¿Había precedentes de arquitectos en su familia?
La verdad es que no, fui yo el primero. Sin embargo, aunque está lejos de la arquitectura, sí que me gustaría resaltar el papel de mi abuela y mis tías, las hermanas Touza, que fueron conocidas como las Schindler gallegas. En los años cuarenta, ayudaron a cruzar a Portugal a muchos judíos que huían de las purgas nazis durante la II Guerra Mundial. Ellas no fueron arquitectas, pero sí que compartieron un ingrediente que considero fundamental en la arquitectura: el sentimiento. En este punto, ambas historias se hermanan.
Además de ese sentimiento del que nos habla ¿qué otros aspectos definirían su arquitectura?
Entre la arquitectura que desarrollamos, una parte importante es de uso residencial, entendida por nosotros como la respuesta que el arquitecto da a una necesidad humana y vital: la vivienda. En este ámbito, en Touza Arquitectos trabajamos con dos elementos singulares: uno es la pasión que ponemos en lo que hacemos y otro el compromiso social que subyace en todo lo que proponemos; de tal manera que cuanto nos rodea en nuestro quehacer diario se proyecta hacia el bien de los demás, en el sentido de "bienhacer" para que los demás "bienvivan", bajo un modelo de vida familiar saludable y sostenible. Ese es nuestro compromiso social no solo en lo residencial, sino también en todas las áreas de la arquitectura en las que trabajamos: hotelera, tecnológica, industrial, científica, hospitalaria… y también en todos los países en los que tenemos obras, ya que, más allá de España, hemos puesto nuestros pies con proyectos en lugares tan dispares como Arabia Saudita, Abu Dabi, Vietnam, Marruecos, Argelia, República Dominicana y en ciudades de cultura más occidental como México, Berlín o Nueva York, entre otros muchas.
Dada la importancia del lugar en la arquitectura, ¿cómo se plantean los proyectos en países tan diferentes?
Primeramente, el arquitecto tiene que ser el intérprete del lugar; después del espacio, también de la historia y, por supuesto, de la idiosincrasia del pueblo en el que está trabajando. En una ocasión participamos en un concurso internacional invitados por el gobierno de Vietnam y por empresarios de aquel país para hacer una operación urbanística y turística de lujo en unas islas de la bahía de Halong. Ante esa propuesta, primero tuvimos que “transportarnos” a su ambiente, su historia y su cultura para poder sentir la magia de aquellos reclamos de mar y de los islotes que se levantaban sobre él. Lo mismo ocurre cuando uno hace obra en Marruecos, por ejemplo, con las particularidades de su paisaje y de la cultura islámica. Lo que es fundamental es que el arquitecto se maride, se ennovie y se enamore del paisaje para que después la arquitectura que surja de él vaya acompañándolo, y no transgrediéndolo o arañándolo, causando heridas que después no tienen solución. El arquitecto, por lo tanto, tiene que ser muy considerado y sumiso con el paisaje a la hora de afrontar un nuevo proyecto.
¿Y el arquitecto lo está haciendo? ¿Está siendo considerado con su entorno y con la sociedad?
Hay una corriente que parece que ya está superada, pero que ha dejado una profunda huella y que en parte ha sido la causa de la grave crisis española e internacional del sector inmobiliario. Todo el mundo en nuestro país quería tener un Guggenheim en su ciudad. Hasta el pueblo más pequeño quería un magnífico polideportivo, una magnífica piscina cubierta; cosas que no se pueden tener porque después hay que costearlas, pagarlas y mantenerlas. Y no era solo el querer tenerlas, sino tenerlas de manera exagerada y, en buena medida, caprichosa. De ahí salieron cosas de las que hoy nos estamos arrepintiendo. Esa arquitectura del oropel, de lo banal, del artificio, gracias a Dios está desapareciendo, pero ha dejado heridas gravísimas.
Tenemos que volver a una arquitectura más calmada. Decía Le Corbusier que el material más barato y más bello es la luz. Y en ese mismo sentido, pero con otras palabras, también se pronunció en su momento Mies van der Rohe, quien afirmó que el vacío es el material que mejor se adapta a una arquitectura bella. Aquí, en cambio, estábamos trabajando con cosas extrañas y formas casi esotéricas. Si se quiere, la arquitectura puede ser espectacular, pero no debe convertirse en un espectáculo, porque el espectáculo está en el circo o en el teatro, no en la arquitectura.
¿A quién responsabilizamos entonces de esa vorágine?
En mayor o menor medida, todos tenemos parte de culpa. Algunos hemos dado la voz de alerta, pero también hemos pecado.
Entonces, ¿le propusieron alguna de esas obras faraónicas?
Es muy fácil decirlo a toro pasado porque podría hasta inventármelo, pero la verdad es que sí. Concretamente, fueron dos proyectos singulares en los que dije que no era la persona más indicada para hacerlos, lo que era una manera de rechazarlos. Consideraba que me estaban encargando un papel de celofán que envolviera un magnífico caramelo, un envoltorio. Es decir, me pedían una caja bonita, no un edificio. Uno de esos proyectos era una estación de ferrocarril importante que a día de hoy sigue sin hacerse. El otro, un gran centro comercial. Para mí, la arquitectura no es eso, sino compromiso, ética y esa responsabilidad social que nos lleva a los arquitectos a advertir que no se puede hacer todo lo que uno quiere, solo lo que debe hacerse.
Hablemos de los arquitectos del futuro. ¿Qué le parece la formación que se está impartiendo en las escuelas de arquitectura?
Creo que hay una doctrina docente equivocada que viene a decir que no se pueden poner cortapisas a la imaginación y que durante el período académico es el momento en el que el alumno debe abrir su imaginación al infinito. Para mí es un error; aunque no se pongan cortapisas, debe advertirse al alumno esa responsabilidad social que tanto reclamo. También hay que decirles que, proyecten lo que proyecten, por muy bello que les perezca, hay que construirlo en un coste razonable para quienes vayan a vivir en él. Es decir, primero hay que cubrir con la arquitectura lo necesario (hacer más arquitectura con menos coste), y con imaginación y experiencia, la magia la pondremos después. He ejercido la docencia durante muchos años y sigo muy cerca de ella a través de conferencias, charlas y cursos, pero creo que hoy la formación ha bajado mucho el nivel. Debemos ser más exigentes y recuperar aquel arquitecto más multidisciplinar, intelectual y más capaz. No digo que el arquitecto tenga que ser de nuevo un Leonardo da Vinci, pero tiene que parecerlo.
Y ya casi no se dibuja…
Sáenz de Oiza, al que profesaba una gran admiración y con el que tuve una gran relación porque primero fue mi profesor y luego compartimos docencia, decía que la rapidez mental radica en ser capaz de pasar de la imaginación al papel a través de la mano y del lapicero, nunca a través de una herramienta distinta. En mi despacho hoy somos más de 50 arquitectos y pocos manejan el lápiz. Son grandes arquitectos, pero en la escuela de arquitectura no les han enseñado eso que explicaba el maestro Oiza.
Entre los integrantes de ese amplio equipo de Touza Arquitectos, está su hijo Julio, quien ha seguido sus pasos y codirige el estudio, ¿él dibuja?
¡Sí, claro! En sus inicios, le he enseñado a dibujar y le he explicado que primero hay que hacer las cosas con papel y lápiz y luego servirse de la tecnología en el ordenador. Julio dibuja, y dibuja bien. Está a caballo entre la línea mía, que soy el viejo del estudio (risas), y la de los jóvenes, que casi no manejan el lapicero. Además de excelente persona, es un arquitecto magnífico que también tiene ese compromiso social que le he imbuido.
Su estudio acumula más de 2500 obras ejecutadas. ¿Recuerda el primer proyecto que firmó?
Por supuesto, nunca se me olvidará. Es cierto que previamente había hecho alguno en colaboración con otros estudios de arquitectura mientras terminaba la carrera, pero el primero que firmé tiene tras él una historia que me marcó para siempre. Al poco de terminar la carrera, estaba de visita en mi pueblo, Ribadavia, y mi padre me dijo que había un señor esperando para hacerme un encargo. Era un emigrante que había retornado y venía a que le hiciese su casa. Yo, por aquel entonces, arquitecto en Madrid, pequé de arrogancia y le dije que le iba a recomendar a un arquitecto de Ourense que le haría una casa magnífica. Ante esas palabras, el señor me miró de arriba abajo con escepticismo y me dijo en un gallego profundo ¿E lo' usted só fai casas para os ricos? (¿Entonces usted solo hace casas para los ricos?). Aquello me hundió. Fue una gran lección, no solo acepté el encargo, sino que tampoco se lo cobré.
¿Hay algún proyecto que le gustaría desarrollar y que se le haya resistido hasta el momento o ya considera colmadas sus expectativas?
Considero que un arquitecto nunca cumple con sus expectativas. El día que crea que las ha cumplido, se ha acabado. Tengo que reconocer que en mi estudio siempre nos hemos ilusionado tanto con lo pequeño como con lo grande. Somos capaces de hacer desde cosas sencillas como el interiorismo del hall de un edificio o de un pequeño restaurante hasta hospitales o edificios en altura. Pero sí que me encantaría hacer, y estamos en camino de realizarlo, un rascacielos espectacular donde pueda ser feliz la gente que lo habita, un rascacielos residencial. Ahora estamos construyendo uno en Madrid, al lado de Madrid Río, que ha sido muy celebrado y que ya está en fase de cimentación. Además, estamos proyectando dos gemelos que van a ser el pórtico de un acceso a una zona de la ciudad muy deteriorada que creo que le darán vida y se convertirán sin duda en icono de un lugar un tanto abandonado que empieza a recuperarse con fuerza y se convertirá en un espacio tan especial como mágico. No quiero poner el carro antes que los bueyes, pero si consiguiera cerrar esos dos rascacielos residenciales donde la gente pueda vivir a gusto y decir que en altura también se vive bien, que en su casa están más cerca del cielo, y que ven el horizonte mejor y el aire está más limpio; yo sería muy feliz.